
No estamos en el vórtice de
una tormenta pasajera, ni nos circundan tranquilas aguas sin amenaza alguna,
vivimos en el límite entre la paz de nuestras calles y el filo feroz de un
huracán terrible. Un ejército de odios se alista, se envalentona y ruge.
Aunque no les asiste la
verdad, les acompaña el dinero, las puertas de la fama, la oferta tentadora. Se
acomodan en el hombro peludo del gigante y desde arriba aplauden la pisada
terrible sobre el pequeño oponente que resiste, hacen espacios en sus cómodas
butacas para sumar interesados al convite, a cambio se necesita la blasfemia,
el golpe bajo; los espejuelos para ver las manchas, sin la incómoda presencia
de la luz.
Algunos llevan corazón de
ratas y ante el temor recurrente del naufragio, escapan. Dentro del barco les
ha crecido el esqueleto, la creación, la oportunidad de cultivar talentos, el
sueño sosegado y hasta la capacidad para olfatear tormentas, pero ahora nada de
eso importa, en tierra firme les pedirán un pasaporte, un salvoconducto donde
estampar olvidos y una declaración irrevocable de su infinito desprecio por el
barco.
En la balanza personal, que
cada cual lleva instalada en la conciencia, a muchos les conviene quitar el
contrapeso, pensar como país pesa muchísimo. Es mejor que solo queden los
defectos, las carencias, las cosas que no tienen feliz término, porque esos
kilogramos imperfectos no pueden competir con los saldos afincados en un cheque
y el fiel de la balanza se desplaza.
Hay una incitación para
estirar la cuerda y hacer la zancadilla. Quieren disfrutar de la caída
estrepitosa y aplauden cada vez que algunas manos tiran de la soga en el
camino. Sueñan con venir tras el desplome,como una oleada de insectos
vengativos, devolver la gran tajada a los de antes y esperar las migajas del
banquete.
No es paloma ni abundancia
lo que nos aguarda, son muchos años acumulando odios y casi nunca los grandes
se conforman con la obstinada resistencia del pequeño. Nos han sembrado este
país con un enorme semillero de carencias y ahora pretenden que somos los
únicos responsables de sus frutos.
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