domingo, 8 de marzo de 2020

Un virus que se llama «indiferencia»


Consejos de salud absurdos, supuestos especialistas y curas milagrosas, infundios y, lo peor, chistes, inundan el messenger sobre el coronavirus; a algunos incluso se les puede otorgar el beneficio de la duda, porque se preocupan por las consecuencias de este mal.
La histeria promovida y alimentada por noticias diarias que no provienen de sitios especializados (léase Organización Mundial de la Salud y, en el caso de Cuba, el Ministerio de Salud Pública), ha servido en muchas regiones para justificar fanatismos y exclusiones; racismo y xenofobia; en resumen, el miedo «al otro». Cuánta hipocresía…

Cuánto comentario maligno de algunos que esperan y desean cada día, por ejemplo, que entre a Cuba por cualquier vía. Es, como en el caso de los que piden bombas sobre nuestro país, el mismo absurdo de pensar que las enfermedades son selectivas y solo atacan a los que cada cual cree su enemigo.
Quienes solemos informarnos de lo que sucede en el mundo, sabemos que hay múltiples padecimientos que matan, literalmente, en cifras mil veces más significativas que el Covid-19, por no hablar de todo lo que mata con lentitud, pero inexorablemente: el hambre extrema, por ejemplo, de millones de niños en el mundo, la explotación infantil, el abuso y las guerras. Y qué triste que pocos inunden las redes con esas preocupaciones: son las que deberían vaciar estanterías en los países que pudieran ayudar contra esto.
Provocan vergüenza los que solo muestran en sus fotos un supermercado en Cuba donde, literalmente también, sabemos que falta un número elevado de productos, pero donde, estoy segura, una incalculable mayoría, y me incluyo, compartiríamos el último tapabocas, el último gel y, sobre todo, como hacemos cada día, todo lo que tenemos, comida o medicina (ya que suelen decir les preocupa tanto), por escasa que sea. Aquí ningún niño, NINGÚN NIÑO, sufre esas pandemias reales.
Hipócritas de las marchas que en sus programas de Youtube piden con odio más restricciones contra Cuba, pero en esos mismos programas anuncian para su beneficio lo que condenan y les hace ganar más dinero: ojalá alguien sea capaz de «darles la mano» cuando les toque ser uno de los que hoy mantienen la esperanza de ser curados por la medicina cubana, esa que ha sido revocada y expulsada de países que hoy se confiesan incapaces de lidiar con su realidad de salud, que excluye y discrimina.
Porque aquí, en nuestra Cuba, abrazamos y besamos; entregamos y trabajamos, y volvemos a abrazar.

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